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Introducción al monográfico "Emilia Castañeda"
Horacio Sáenz Guerrero
1999
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Hubo un tiempo en que, también, ejercí la crítica de arte. Aprendí entonces la terminología con la que, siempre, se ocultan ignorancias; el vocabulario que enmascara la insensibilidad. Si hubiera continuado desarrollando tan difícil especialidad periodística, quizá fuese hoy un reverenciado arcano -¡he conocido a tantos!- dotado del enorme peso de la vaciedad, del formidable prestigio de las retóricas envueltas en clámides mentirosas, aunque de indudable efectividad. Por último, hubiera mojado la pluma no en ácidos vigorosos, que es mi pretensión actual, sino en abrumadores laberintos eruditos presentados como jardines de Le Nôtre. Eso hacía Berenson y ya se sabe cuán alto le puso la fama. Pero, ¡ay!, acabó en dudosos entendimientos con marchantes; poco dudosos, más bien...

El destino quiso que no fuera así, de modo que me ha sido dado el raro privilegio de entrar despaciosa y silenciosamente en la pintura, a solas y sin prisas, como en uno de esos paseos más imaginados que vividos en que vas descubriendo las estancias de los palacios donde hacen su vida las emociones de la humanidad.
Ese destino ha sido también el que me ha permitido descubrir a Emilia Castañeda, casi como Cristóbal Colón encontró América. Por mi parte, el hallazgo fue la revelación de la vida. Entiéndanme: de la vida entendida como pintura. Por eso me alegro muchísimo de que no circule por mis pliegues mentales ni una pizca de labia evasiva por rebuscada. Emilia me sorprendió, primero, y me fascinó irremediablemente en el tiempo que dura el parpadeo de una estrella. No había conocido ninguna mujer que pintara como ella. Quizá una Fini más joven, más vital y más inmediata. Tampoco había conocido ningún hombre. Quizá algún vislumbre del Fragonard íntimo, de esos que uno creía olvidados y que regresan a la memoria cuando las remueve el estímulo de un acto presente. Por ejemplo, destellos de «Los bañistas», de «La bacante», de «Las curiosas»... Luego comprendí que los precedentes eran inútiles, eran vagos, eran impropios.

Nuestra artista pinta con delicadeza y valentía intransferibles. Pinta como es, con la misma necesidad esencial de la palpitación de su pulso. Crea con dos realidades, ambas verdaderas y soñadas a la vez. No sólo soñadas, sino construidas, como entregadas a la vida por la existencia que ella impone en las formas, vigorosas y desvanecidas; en las actitudes, elaboradas con espléndida desenvoltura; en pinceladas que recrean las luces de alboradas imposibles y, con simultaneidad, asombrosamente, se engarfian en unos ojos de cándida precisión escalofriante o en un escorzo donde sólo hay verdad. En otras artes, conocer al autor suele llevar a consecuencias desapacibles. Dispongo de una dilatada experiencia. En la pintura, por lo general, no se produce tal desenlace. En la pintura, el autor acostumbra a ser hijo de su obra. Emilia no es una excepción, pero lo es por dentro mucho más que por fuera. Su mirada, su cabello, su tez, su boca, sus gestos, sus reacciones son apasionadas, briosas, rotundas, pura llama. Esos modos personales se tornan, empero, en bruscas melancolías, en levísimas ternuras de gato mágico -su animal predilecto; por algo será-, en sonrisas ambiguamente florecidas, en luces exquisitamente variadas de sonrosados que en ella obran el milagro de semejar celestiales musas poéticas, sus azules ensoñados y sutiles, sus formas fugitivas, sus halos frágiles y tiernos que no existen, que no pueden existir, que están únicamente en su cabeza

Alguien ha dicho de ella que no entiende de filosofías, que conoce la vida, y que se forjó huyendo de todo lo feo, lo deforme, lo vulgar. Emilia Castañeda ha definido, con las palabras que siguen, su ansia creadora en el momento más brillante de su existencia: «El mundo era muy bello y así lo pinté». Discrepo. Ella no ha pintado el mundo belio; ella ha pintado SUS fascinadores y bellos mundos. Por fortuna, no es lo mismo. Y en esos mundos habitan mujeres de las que ella ha denominado «libres y sin tabúes».
Los adjetivos me parecen insuficientes, aún cuando me sirven para lo que pretendo decir. Tales mujeres se ensortijan en el universo de sus lienzos. Los más significativos están pintados al pastel, porque sólo esa técnica permite traspasar a la contemplación las tonalidades y las imágenes de unas idealizaciones prodigiosas, precisamente las que a mí no me permiten comprender por qué se le puso largo tiempo -aún persiste, como persiste todo lo perezosamente simplificador- el rótulo de pintora erótica. ¡Ah, sí, claro! Mujeres son la mayoría de sus personajes, mujeres reales e irreales a la vez, mujeres simultáneamente vestidas y desnudas por una poesía de formas infinitamente hermosas, acaso porque son también, y sobre todo, embelesos y embellecimientos de amor a las incontables configuraciones de las seducciones femeninas.

Es en este punto cuando no puedo evitar la evocación de algunos firmamentos de Baudelaire -pese a que me consta que no son los mismos los del poeta y los de la pintora-: el «Dessin d'un maître inconnu», el «Bijou rouge et noire» y el que me da una clave de los ojos creadores de Emilia, comparables a sus «Purs miroirs qui font toutes choses plus belles... »
Sí, sus ojos son espejos que hacen todas las cosas más bellas, aunque, en sus crisis vitales inevitables, haya sombras en esas bellezas. Son las de las dolorosas traiciones de los colores de la vida y las de las alegrías que huyen de su espíritu. Mas apenas se enfrenta al lienzo, -incluso a la materia de la escultura-, quiéralo o no, sépalo o no, su pincel transfigura y recrea cuanto sigue amando: todas sus mágicas criaturas, los protagonistas inimitables que nadie ha pintado como ella y que son sólo de ella y de quienes con ella van, aunque para todos dice su canción.

El genio de Castañeda, joven por sus fuegos y sus iras, vieja por sus largas sabidurías, conquistadora de sensibilidades por las gracias que ha recibido de los dioses, tiene ante sí renovados horizontes, algunos de ellos que regresan y otros nuevos y temblorosos de promesas. Si el arte es consolador de miserias humanas, esta mujer que pinta con la más admirable de las autenticidades, la que pone toda la sangre de sus emociones en cada pincelada, o en cada tensa caricia al barro, esta mujer nos hace mejores porque nos da el oro de los hijos que son cada uno de sus cuadros para librarnos del plomo de nuestras indigencias. Nada en su arte es un logro fortuito y en aquél hay confesión y sueño. La fuerza atractiva de la creadora está precisamente en cuando antecede y en el precioso empeño de no reducir nunca su obra a una cuestión de forma; en la voluntad de entregarse entera a la versión viva e íntima de las cosas, a aquélla que va más allá de la búsqueda de una verdad ideal.

Ella es así porque así la veo. Y me atrevo a enunciar una declaración tan terminante porque, en ocasiones, hay que tener el valor de decir lo que se piensa: no faltan, aunque ciertamente no abunden, en los escenarios (más o menos aparatosos) de la pintura que se nos ofrece, gentes con calidad y con talento, con empeños de trascendencia y exploraciones de lo indefinido.

Hasta ahora no me ha sido dado el encuentro con una naturaleza tan pura, tan fiel a sí misma, tan segura y, a la vez, tan mordida por la duda, como esta apasionada, tímida, desafiante, delicada, enérgica y completa, terriblemente humana, que es la pintora Emilia Castañeda.

Para un perfil de Emilia Castañeda
Giorgio della Rocca
Monográfico "Emilia Castañeda", 1999.
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Detrás de los pesados cortinajes apenas entreabiertos para proteger la identidad de la dama, se insinúa con elegancia una curva voluptuosa recubierta de seda transparente como el cristal. El blanco angelical de la aterciopelada epidermis femenina resalta y seduce. La elegancia de la pierna va cobrando vida. Es tan bella una pierna femenina que vale la pena gozarla en su unicidad, excluyendo cualquier otra parte del universo, satisfechos de perderse con pasión en algo que no se repetirá. Es un estado de gracia al poder contemplar la ternura, la malicia, el candor, la otra forma del pensamiento que desprenden estas imágenes.

El pincel de Emilia, una Emilia Castañeda que quiere pintar a su imagen y semejanza a la mujer desnuda y suave, avanza preciso y ofrece al hombre esa ambrosía que nos obliga o relamernos. Pintura erótica; mujer femenina y monstruos de nuestra imaginación ardiente, revueltos en un jardín edénico entre tules y satenes casi ocultando un juego prohibido o reservado para epicúreos. Casi una parodia del amor, o más bien un alegato contra el avasallamiento.

Emilia Castañeda sale libre, rompe moldes con su pintura que no está ni quiere seguir un solo tema sino varios esquemas. Sobre la misma tela se oponen y conviven las peristasis pictóricas y se disputan las distintas regiones de esos cuerpos gloriosos de reales hembras en poses tan sugestivas. Con Emilia Castañeda lo femenino gana su eterna batalla a lo masculino. Para Emilia Castañeda, la humanidad ha alcanzado lo divino gracias a la hembra. Feminismo y machismo andan a la greña, pero la pintora madrileña siente admiración por el hecho femenino, por la belleza de la mujer. Para Emilia el hombre es un dios, pero un dios caído que tan solo sueña con la grandiosidad de los cielos.

Sus mágicos y tenues colores despiertan el ardor de la pasión. El demonio, sea íncubo o súcubo, no altera la relación femeninidad-sensibilidad. Los juegos prohibidos del macho cabrío no empañan la plástica belleza de las caricias lésbicas. Los deseos del hombre, ocultos en esos trazos fantasmagóricos, son triviales, grotescos y vulgares pero no empañan la relación feminidad-ternura. El pecho de la mujer no pide ser sobado, tan sólo quiere una mano que lo acaricie con femenina ternura, unos labios que le transmitan pasión y erección ingrávida y redentora. Sus piernas, objetos claros del deseo, son formas que inclinan al placer sensual. Esta es la pintura de Emilia Castañeda, madrileña formada en Barcelona, cuna de buenos pinceles.
En sus mujeres, en sus óleos o en sus dibujos, no hay rebelión ni agresividad, tan sólo una profunda lasitud, puede que cierto desengaño. Sus cuadros, grandes y atrayentes, delatan con acierto la incomprensión, inconciencia o sumisión de una creadora que padece esos anatemas y mira a la vida con ojos de niña pero nunca con resignación. Emilia Castañeda, pintora de la segunda mitad de nuestro siglo, anduvo por galerías propias y extrañas. Obtuvo premios, aprendió de la vida y sufrió.

Hoy, con la mirada serena de los clásicos, Emilia en su estudio barcelonés, entre pesados cortinajes y sofás adamascados, se regocija con la pálida desnudez de un cuerpo de mujer. Fijando su atención en un punto de esa anatomía, casi sumida en un sueño, nos va descubriendo con el rasgo preciso de un pincel, con toda la soledad que la creación requiere, la dulzura y el embrujo de todos los miembros de un cuerpo femenino simplemente bello, erótico ...

Emilia Castañeda: la figura femenina desde la razón
Elena Flórez
El Alcázar nº 24, dic. 1986
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Las imágenes de lo ensoñado son más bellas que las de la realidad porque carecen de la rudeza de lo concreto, y se difuminan las formas entre esa nebulosa que las envuelve la ambición de cómo deberían ser si fuera posible.
Así parece que lo entiende Emilia Castañeda en sus óleos sobre lienzo, donde la mujer es asunto a estudiar.

En diferentes posturas analiza su anatomía, sus expresiones fisionómicas, los estados de edad pero, curiosamente, no la ambienta, no refleja el mundo femenino, como suele ocurrir en otros autores de similar tema; sólo la figura y el cambio que experimenta según esté en escorzo, de perfilo de frente.
Aquí sólo se va directamente a desentrañar un cierto misterio que investiga, bajo apariencia tan conocida, la pintora barcelonesa.

Hay una mente muy cartesiana en Emilia Castañeda y, es su intención, creo, sujetar la fácil, inmediata emoción, para preocuparse más por el rigor de los relieves, por el peso de la masa y el equilibrio de los volúmenes; todo ello pese a los ambientes de contraluces, penumbras de luces difusas que pueden dar sensación de un susurro poético y sensual a la vista de sus obras pero eso es sólo el aspecto, no el contenido.
Tampoco en su procedimiento al pastel, que tanto se presta a la suavidad de lo íntimo, la pintora decae en su atención a la rotundidad del cuerpo femenino (Galería Sokoa).

Refinamiento erótico presentado de manera elegante
Bülacher Tagblat 06/1983
Galería Unterberg
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En su exposición del verano de este año -hasta el 19/6/83- el galerista Kurt... da la posibilidad a los amigos del arte de su país de conocer a la española Emilia Castañeda y sus obras. La pintora, nacida en 1943 en Barcelona, tiene una fuerte personalidad con claras relaciones a lo informal.

Después de unos estudios intensos entre 1956 y 1971 y al terminar su formación profesional Emilia Castañeda participa en numerosas exposiciones tanto en España como en Francia y América, en las que es premiada con varios galardones. Con su exposición en Regensberg por vez primera se presenta al público suizo.
Su temática es a la vez unilateral como multilateral, escandalosa y elegantemente discreta. Emilia Castañeda se dedica exclusivamente al cuerpo, principalmente al femenino, con apasionamiento y compromiso interior. La relación de la autora y su obra, que se refleja en todas sus obras, está complementada por su mundo de ideas.

Emilia Castañeda refleja el valor positivo de su trabajo en el hecho que presenta a la mujer como una personalidad fuerte, superior y afirmada, aunque parezca vulnerable a primera vista. Esto se ve claramente en "Sueño con el camaleón". El animal de fábula acosa a la durmiente, la quiere devorar, pero esta no pierde su tranquilidad, porque -y aquí está el humor fino típico de esta artista- el monstruo es demasiado pequeño para dar miedo.
La artista tiene el talento de expresar de manera elegante un refinamiento erótico sin llegar a la pesadez. En su "divertimento erótico" airea el aspecto frívolo de las relaciones humanas con una veladura de picardía e ironía.

La mujer como símbolo en la obra de Emilia Castañeda
R. Manzano
El Médico 14-02-1986
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[...]Emilia Castañeda lo observamos en el entendimiento que ahora confiere a la personalidad femenina. De hembra ha pasado a símbolo. Apoya su obra en un soporte argumental. A veces recorre a sus imágenes una exquisita sensibilidad, herencia de su jamás abandonado "modernismo", como en "El espíritu del jardín".

Sus féminas aparecen bajo el signo del fracaso, la desilusión, el sueño desvanecido. En un espléndido "desnudo", admirablemente estructurado, instala, al pie, una muñeca rota; en un lienzo, una "figura", de cara enharinada, deja caer sus brazos en lánguido abandono, como una muñeca desarticulada. Se desprenden de las desnudas manos de la protagonista de otra tela, guirnaldas de florales pensamientos. En ocasiones, la pintora rebelde surge con la presencia de una especie de "diosa", que tiene a sus plantas la silueta de un varón, más que como esclavo entendido y desarrollado a la manera de un óvalo que alude al principio germinatriz femenino; al otro lado del óleo instala el sarcasmo de un gato al que la "diosa" nutre con una sardina.

Emilia Castañeda sacó a sus personajes de las artificiales luces equívocas de las alcobas nocturnas. Emplea ahora la iluminación a manera de un halo que envuelve a la mujer, la idealiza; llega, en un cuadro, con una figura blanca de hinojos, lánguidamente reclinada en una balaustrada, a recordar obras de Joan Llimona.
Determinante viaje el de esta pintora; de la pasión erótica de la carne de sus protagonistas, de la rebeldía agresora, pasó a un cierto misticismo o, mejor, a una idealización de la presencia femenina. Del cuerpo a la "Psiqué". Pero, como siempre, estos traspasos que brotan de la fatiga de la carne, se producen a través de un pacto -que tan profundamente conocían los "modernistas"- con los fantasmas del hastío, del "spleen". Y, en definitiva, con la melancolía...

Noticiero Universal (fragmento)
Santos Torroella
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[...]Teniendo una y otra buenas dosis de fantasía, la Castañeda se encuentra en posesión de muchos más recursos pictóricos y dibujísticos de buena ley.
En ella no lo es todo la imaginación, ni la capacidad de ambientar muy significativamente un conjunto de figura o una escena más o menos dotada de intencionalidad simbólica, sino que el encaje de dichas figuras, los ritmos compositivos y la factura propiamente pictórica son de calidad infrecuente.

Su colorido, muy vivaz pero a la vez de gran delicadeza, con tendencia a exquisitas tintas frías, como aliando lo más crudo con lo más sensitivo y entresoñado, denota, al igual que los aspectos antes mencionados, una madurez técnica que sólo se consigue tras muchos y constantes esfuerzos de asimilación de vivencias de pintura a través de lo visto y observado directamente.

Emilia Castañeda por Angel Marsá
Revista Jano
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Tampoco es malo que la pintura se haga poesía, a condición de que no deje de ser pintura. El intimismo, en pintura, señala esa alianza con la poesía, con la alusión cálida y entrañable, con el sentimiento a flor de piel, estremecido. Es mala la alianza de la pintura con la poesía cuando ambas son inauténticas. Autenticidad equivale a realización plena y efectiva. Y la pintura de Emilia Castañeda es auténtica porque se ha realizado con plena efectividad plástica, concepto, factura, color, forma. Poesía, también, pero por alianza tácita -concorde-, no por influjo sentimental -emocional-, en cierto modo deliberado.

Nada hay, en efecto, deliberado, insistido, previo, en la pintura de Emilia Castañeda, tan delicadamente, tan decisivamente, femenina. La pintura no es femenina por ser pintura de mujer, ni es masculina por ser pintura de hombre. Lo femenino está en la pintura en el arte - no por presencia, sino por esencia. La pintura -el arte- carece de sexo, de aquí su ascendencia angélica, como gustaba proponer Eugenio d'Ors. Entonces, sí, hallaremos, acaso, que en la pintura de Emilia Castañeda hay algo aéreo, algo sutil y puro, próximo a la ingravidez del vuelo La figura femenina quintaesencia da, apenas entrevista, por ello, es más próxima y efectiva, más real, más ambigua, por más soñada, más poetizada.

Pero también, e irrevocablemente, la pintura de Emilia Castañeda es, en esencia, pintura más allá de la aparente -y no aparente- ensoñación poética qué se envuelve. Las gamas, intensamente matizadas -grises nacarados, azules tiernos, rosados delicadísimos, blancos tornasolados que recrean mundos perdidos y superficies suaves, carnes translúcidas, formas fugitivas, tan perentorias, evidentes, sin embargo. La pintura está ahí. celosa de sus prerrogativas, segura de su realidad.[.]. Y este es el secreto de la pintura de Emilia Castañeda, esa conjunción realidad-ensueño, alusión-evidencia, poesía-plástica. La levedad contra la negación de la gravedad, el vuelo en oposición a la caída, la ingravidez vencedora del peso. [.]

Todo en la pintura de Emilia Castañeda, está equilibrado y en orden. Pintura y poesía polarizan sus respectivas magnitudes en una equidistancia perfecta. Esta y no otra es la virtud de lo clásico.

El erotismo de Emilia Castañeda
Elvira Levy
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El erotismo de Emilia Castañeda es una insinuación de la libido, en muy pequeños detalles.

Mejor dicho, algo que podría estar pasando en la tela pero que en realidad no sucede. Un erotismo de calidades expresivas finísimas, realizado con el único y plástico deseo de fomentar la existencia del placer sensual como un divertido juego de luces, colores y cuerpos danzando libremente en honor de Eros.
Evidentemente, Emilia es una artista fecunda en imaginación, superlativamente intuitiva, en apariencia nada cerebral.

No obstante, sabe utilizar los recursos pictóricos justos (pasteles y óleos) para dar esa indefinida situación de juego-realidad en el lienzo; estudia en profundidad cada uno de los pasos previos al logro de su obra; calcula con precisión ingenieril antes de plasmar plásticamente su idea, y nos brinda esa sutil atmósfera de irrealidad, cargada de sentimientos, expuesta sobre fondos texturales de vida propia como cada uno de sus personajes.

Emilia Castañeda
Rafael Perelló-Paradelo
Galería Jaime III. Palma de Mallorca, 9/03/1979
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El erotismo exige delicadeza y responsabilidad, dada la frágil frontera que lo separa de lo pornográfico. Sólo cuando el sexo es concebido con sensibilidad, sin retorcimientos mentales, ni imaginación enfermiza, se puede llegar a la sublimación de lo erótico, y a su posible identificación con lo estético, lo artístico y lo poético.
Tal ocurre en la obra de Emilia Castañeda. Además, esta concepción de génesis pura y natural se ve refrendada y posibilita, en su obra por un extraordinario dibujo, una buena técnica y un exquisito sentido plástico.

Tanto en el óleo, como en el pastel, tan profunda separación le permite desarrollar su idea de la belleza a través del cuerpo humano, nunca estático e indiferente, sino en función de un cúmulo de sensaciones, de experiencias y de sentimientos.
Emilia Castañeda no se limita a su plasmación directa y escueta, sino que sabe sumirlo en un hálito de evanescencia ambiental que crea un clima que es prolongación de las vivencias sentidas y manifestadas por sus personajes, de tal forma que el color más sutil, la más leve textura o el más pequeño objeto se convierte en símbolo propiciador de sugerencias.

Entrevistas publicadas

- "Mundo". Año 1977. Pág. 44 a 47. Texto de Josep Sandoval.

- "Societé Nationale des Beaux Arts". Año 1983. Pág. 28 y 29.

- "Interpiel y Moda, Edición Europea". Año1985. Pág. 66 y 67. Articulo por Rafael Kyoga-Berliner

- "El Medico". Año 1986. Pág.42. "La mujer como símbolo en la obra de Emilia Castañeda". Articulo de R.Manzano.

- "L' Art i la Dona". Año 1986. Pág. 8.

- "Galart". Año 1986. Pág. 10. Articulo por H. Orbañanos,

- "A Gran Scala". Año 1987. Pág. 52.

- "Divina Barcelona". Año 1987. Pág. 26 a 27. Articulo de Miguel Sen.

- "Penthouse". Año 1988. Pág. 78 a 87. "Las curvas del amor". Articulo por Giorgio Della Rocca.

- "Playboy". Año 1990. Pág. 15 a 20. Articulo por José Baca.

- "Divina Barcelona". Año 1993. Pág. 72. Exposición Hotel Ritz.

- "Socios". Año 1993. Pág. 60 a 63.

- "Art". Año 1995. Pág. 53. Reseña Exposición Galería Mellado.

- "Interviú". Año 1995. Pág. 86 a 89. Articulo de Justo de La Vega.

- "Barcelona, School of Figurative painting". Año 1996. Pág. 3.

- "Temps de Lluna", Pág. 18 a 22.

- "Le Nu, Inspiration". Año 1996. Pág. 7 y 8. Articulo de Rafael Kyoga-Berliner

- "Forum" de grupo Deutsche Bank. Año 1997. Pág. 23 y 24. Articulo por Josefina López.

- "Iradier-Deportivo Femenino". Año 1997. Pág. 36 a 38. Articulo por Sara Masó.

- "Espiral de las Artes". Año 1997. Pág. 58 a 62 Título: Las audacias de Ernilia Castañeda,

- "Artes Plásticas". Año 1997. Pág.25

- "Absolut Marrakech". Año 1998. Pág. 122

- "Artes Plásticos". Año 1998. Pág. 69 a 72. Articulo de MD. Muntané.

- "The European East Magazine". Año 1999. Pág. 84 a 93.

- "Prestige Magazine". Año 2000. Pág. 64 a 74.

- "Qué Más, La Vanguardia". Año 2002. Pág. 15.
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